
Vos los buscabas aquel día, y el sólo estaba en aquel bar.
Estuvo sentado con aquella mujer. Sin embargo, ante la mirada de todos, él se encontraba sólo.
-Señor, debo advertirle que en este salón se encuentra terminantemente prohibido masticar hielo- Dijo el mozo.
-Pues bien- dijo el señor -entonces encenderé un cigarro-.
-Muy bien señor, ¿puedo ofrecerle un cenicero?- expresó el mozo otra vez.
-No gracias, siempre traigo uno conmigo. no confío en cencieros ajenos, siempre tengo la idea de que desaparecen al igual que el humo-.
El mozo hizo una innecesaria reverencia, y se alejó de la mesa.
Aquel hombre, cuyo nombre es Hector, o Andrés ¿Acaso importa como sus padres lo habían nombrado? Sólo vendrá a restar importancia al resto de la historia.
En fin, este anónimo hombre comenzó a entrar en serias dudas acerca de la conversación que había tenido con el mozo, y éstas dudas no comenzaron sino después de los exactos 10 minutos, en que este último se alejo de la mesa.
No dejaba de dudar acerca de si fue realemente el hecho de masticar hielo, lo que el mozo le habia prohibido realizar. Especialmente, después de darse cuenta de que la última media hora estuvo jugando con un pequeño pero dulce sobrecito de azúcar. Es decir que había pedido café. O quizas los sobres ya estaban ahi, como se encuentran siempre, en una suerte de adorno de casi todos los bares de la ciudad.
Mateo no lo sabía. Disculpen. Había dicho que su nombre no importaba.
Pero si importaba el hecho de que afuera del bar, en la ciudad, la gente no usaba gorros, y camperas oscuras y abrigadas porque sí. Debía de hacer mucho frío para que esto suceda. Ésta tambien podrida ser una razón por la cual Esteban no había ordenado hielo. Pasó otra vez.
Y "Él" no había pedido hielo, por la simple razón de que no es de su agrado consumir hielo.
Tan simple como eso, pensaba él, mientras observaba sus ojos reflejados en los ojos de aquella inexistente mujer.
-Tu existes para mí- dijo él -Tu existes aunque los demás no quieran verte. Tu existes, porque yo te doy existencia. Te doy libertad. Tu apareces y existes materialmente en muchas personas. Tienes presencia, ya sea como mujer, como hombre o simplemente sin género alguno. Mas concretamente, tu existes como efecto, como magia y salvaguarda de muchos. Eres la liberación natural, ya que existes en los brazos de quienes quieran sentirte, en cualquiera de tus formas-.
Ernesto bajó la mirada y luego miró por la ventana, observó pasar dos palos que parecían dos piernas de mujer. ¿Acaso este hombre sin nombre, estaba siendo bien informado visualmente?
O quizas, lo habia traumado aquella noticia sobre la mujer que dejo de comer su zanahoria diaria y terminó muerta. Quizas debió ser eso.
"Habría que acabar con esta sociedad machista" rezaba la leyenda que Osvaldo había leído en el diario, mas temprano ese día.
-Jah!- dijo él.
No es que debamos acabar con una sociedad machista. Más si, debemos acabar con una sociedad "tabuísta". Y se quedó pensando. -¿Cuál es el plural para tabú?, ¿Será tabúes? Si. Eso. Eso es lo que orpime todos los corazones. Ya sea una sociedad feminista o machista.
Ya sabemos que nadie tiene la verdad absoluta, pero todos deberíamos poder tener la libertad absoluta para realizar esa búsqueda incansable-.
Joaquin dió un profundo respiro, y decidió que ya era hora de irse. Se levantó de la mesa, y salió caminando como cualquier persona que se va, luego de haber consumido un rato.
A la media cuadra de dicho bar, Julio empieza a escuchar que el mozo le gritaba al mismo tiempo que lo seguía.
-¡Señor!- gritó éste. -Se olvida su cenicero-.
-Ah. Muchas gracias- dijo el hombre.
-Podria decirme donde lo consiguió, la verdad es que es muy bonito- dijo el mozo.
-La verdad es que no recuerdo. Me gustaría saberlo, pero su procedencia es tan efímera como su existencia- dijo aquel anónimo hombre.
-Siendo asi, volveré a trabajar. Hasta luego- dijo el mozo.
Alejandro continuó su camino, mientras observaba aquel cenicero. En un momento se detuvo atónito, y sin dejar de mirar el objeto, entregó una mirada de sorpresa. Y luego arrojó dicho cenicero a la calle, mientras dijo,
-Esto no es mío. El mío no tiene marca.
Fin.
Maite Brunswig